El Área de Turismo organiza los fines de semana visitas guiadas a este conjunto monumental, que vivió su mayor esplendor en las épocas almohade y nazarí.
Monumento Nacional desde el año 1931, el conjunto monumental del Castillo-Fortaleza de Jimena de la Frontera impresiona incluso en la distancia, pues es imposible acercarse a este municipio del Campo de Gibraltar, de casas blancas y calles empinadas, sin antes maravillarse ante la imponente silueta de los restos de esta edificación medieval, a escasos metros del río Hozgarganta.
Durante este otoño, el Ayuntamiento de la localidad está organizando visitas guiadas gratuitas que, mediante inscripción previa y cumpliendo con todas las medidas higiénicas y de limitación de aforo del protocolo anti-Covid, se han convertido en un importante reclamo turístico para la zona. Ya este verano, los interesados en conocer este impresionante conjunto amurallado pudieron hacerlo en horario nocturno, gracias al programa “Bajo las estrellas” organizado por el Área de Turismo, y ahora, con la bajada de las temperaturas (y mientras la situación sanitaria lo permita), las rutas se continúan llevando a cabo en horario diurno, en las mañanas de sábados y domingos.
El Castillo de Jimena de la Frontera se alza, estratégicamente, sobre el denominado Cerro de San Cristóbal, cuya ocupación data de la Prehistoria, pasando posteriormente por la de tartésicos, turdetanos, fenicios, romanos, musulmanes y cristianos. Todos ellos dejaron su legado cultural, artístico y arquitectónico en la ciudad, aunque es la huella de almohades y nazaríes la que más se deja sentir en esta impresionante fortaleza, convertida en uno de los principales reclamos turísticos de Jimena.
Según se explica desde la delegación de Turismo, ya entre los siglos V y VIII, la zona, que servía de control de paso, “había ido adquiriendo un carácter defensivo cada vez más estable, pudiéndose especular con el doble amurallamiento y la cimentación de la torre del homenaje de origen romano-bizantino, y la creación de una guarnición bizantina”.
De los inicios de la ocupación musulmana no se cuenta aún con datos precisos, aunque sí se sabe que “en el año 711, Musa desembarca en el Estrecho de Gibraltar, avanzando hacia el interior y conquistando las zonas a su paso, pudiendo pasar el territorio de Jimena a manos musulmanas”.
Tal y como se explica a los turistas, la primera constancia que hay de textos escritos en los que se menciona la Jimena islámica es del año 1293, “siendo el sultán merinita Abu Yacub el que hizo entrega al rey nazarí de Granada de una serie de territorios”, entre los que se menciona la entonces “Xemina”, una población que tendría “un papel determinante en las conquistas castellanas”.
Asimismo, también hay constancia de que en el año 1059 el territorio de Jimena pasó a depender administrativamente del Reino Taifa de Sevilla. “A finales del siglo XII es cuando el Castillo sufre importantes reformas con el dominio almohade sevillano, transformando la torre del homenaje, la torre albarrana, puerta de acceso y la ejecución de nuevos aljibes. Es ahora cuando adquiere una importancia militar”, se continúa explicando a los turistas, que, un fin de semana tras otro, se acercan a conocer la fortaleza.
Según cuentan las crónicas, en el año 1431 Jimena cayó en manos cristianas, tras el asalto liderado por el Mariscal de Castilla Pedro García de Herrera. La villa, que fue despoblada, recuperó entonces su antigua función puramente estratégico-militar, y aunque dos décadas después, en el año 1451, fue reconquistada por los musulmanes, apenas cinco años más tarde, en 1456, volvía a estar en poder de los cristianos, y ya de forma definitiva. “Posteriormente, y tras años de abandono, la población fue ocupando la ladera Norte del promontorio”, continúa explicando la delegación de turismo, que aclara que la fortaleza no volvió a recuperar su uso de antaño hasta el año 1811, cuando fue restaurada y acondicionada, en plena Guerra de la Independencia contra los franceses.
“Durante el siglo XIX, ‘El Castillo’, como es comúnmente llamado por los habitantes de la localidad, es transformado y aprovechado prácticamente en toda su extensión como consecuencia de las actividades agropecuarias, las cuales llevaron a la desaparición y/o cubrición de los restos de la ciudad antigua, quedando a la vista en la actualidad las estructuras de carácter militar y los sistemas de aprovisionamiento de agua, como cisternas romanas o aljibes”.
Un recorrido por siglos de historia
Según se aconseja a los turistas en el folleto editado para la ocasión, se aprecia mejor la importancia que tuvo este enclave durante varios siglos si se accede al recinto arqueológico por la puerta del Arco del Reloj, que permitía el control y la defensa de las rutas comerciales (adquiriendo dicha función su mayor auge en la época del Reino Nazarí de Granada). En su interior se distribuyen varias construcciones de aprovisionamiento, como los aljibes, que abastecían de agua a toda la fortaleza.
“Del esplendoroso y monumental Municipium Res Publica Obensis (OBA), de época romana, se hayan vestigios arquitectónicos, como las bóvedas de cañón, cimentación de lo que en su día fue un templo, situado justo al lado de la puerta-bastión de entrada”. La guía continúa explicando que, a unos 140 metros del conjunto se halla el denominado Tajo de la Reina Mora, interpretado en su día como una antigua iglesia mozárabe.
Del “imponente y majestuoso Alcázar, último reducto del conjunto amurallado”, y centro administrativo-defensivo de la fortaleza, la guía destaca una peculiaridad: un foso seco en el interior del recinto, nada habitual en otras fortalezas de la época. Además, en la parte central del alcázar llama la atención la Torre del Homenaje, que también destaca por su originalidad, al estar construida en planta circular (algo extraño en una torre islámica en occidente).
Pero, tal y como han podido comprobar ya muchos turistas, el Alcázar todavía ofrece al visitante una sorpresa más: las impresionantes panorámicas que se pueden disfrutar desde la parte más alta del promontorio, y que, en los días claros, permiten observar, allá a lo lejos, el peñón de Gibraltar e, incluso, las costas de África.