La ruta Los Algarbes-Betijuelo, en el término municipal de Tarifa, es una de las más espectaculares y agradecidas de cuantas se pueden relizar en el Parque Natural del Estrecho, en el Campo de Gibraltar. Comienza, además, junto al monumento dedicado a Lothar Bergmann, que acuñó el término “Arte Sureño” y a quien debemos el descubrimiento de más de 60 abrigos con arte rupestre, del Paleolítico y el Neolítico, en la provincia de Cádiz.
De hecho, el punto de partida de esta ruta se encuentra junto a un lugar cargado de historia: la Necrópolis de los Algarbes, un lugar de enterramiento de la Edad del Bronce de los mejor conservados de toda Andalucía.
De hecho, actualmente se encuentra vallado y es imposible visitarlo cuando no lo autoriza la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que ha puesto en marcha un proyecto para la conservación y puesta en valor de este singular yacimiento.
Desde aquí, el camino asciende entre aromáticos eucaliptos y otras especies autóctonas, como lentiscos y palmitos, hasta el poblado de Betijuelo, desde el que nos adentramos en un pinar de piñoneros que asciende hasta la parte más alta de la Sierra de Betis, y que nos acompañará ya durante todo el recorrido.
Por el camino podemos cruzarnos con numerosos animales: vacas, cabras, burros, caballos… y observar el vuelo de no pocas aves, como el buitre leonado.
A nuestra espalda, unas magníficas vistas de la ensenada de Valdevaqueros nos recompensan, con creces, del esfuerzo realizado en la subida.
Un “vértice geodésico” (el VN10) marca el punto más alto de la ruta, a 331 metros sobre el nivel del mar.
Desde lo alto de esta especie de mirador, casi siempre azotado por el viento, las vistas panorámicas son aún más impresionantes, especialmente en los días claros de poniente, en los que podemos apreciar a un lado, la playa de Valdevaqueros; al otro, el pinar del Chapatal, la ensenada de Bolonia y el faro de Camarinal, en el cabo de Gracia; las lajas del cerro de San Bartolomé, a nuestra espalda, y, justo enfrente, el Estrecho de Gibraltar y la imponente silueta del norte del continente africano.
Desde aquí, el sendero desciende entre pinos hacia el chaparral de Paloma Baja, volviéndose cada vez más arenoso, y poblado de otras especies vegetales autóctonas, como las sabinas, los enebros y las retamas.
Poco antes de alcanzar el final de la ruta pasaremos junto al espectacular cauce seco del Arroyo del Puerco, donde la erosión ha dejado al descubierto las raíces de no pocos pinos, cuyas fantasmagóricas figuras se mantienen casi colgadas de las paredes de lo que ya es un profundo barranco.
A partir de aquí, un pequeño tramo de pista nos acerca hasta una casa forestal y el final del sendero señalizado.
Si, como suele ser habitual, habíamos dejado el coche junto al camping de Punta Paloma o junto al acceso a la playa de Valdevaqueros, aún deberemos andar un trecho más, que podemos realizar entero por la carretera que, de vez en cuando, se ve cortada por la arena de la duna (declarada Monumento Nacional), o realizar parte del camino de vuelta por la blanca orilla de esta playa, considerada una de las mejores de España.
Un yacimiento con más de 5.000 años de antigüedad
La Necrópolis de los Algarbes, datada hacia finales del III milenio a.C. (es decir, de hace más de 5.000 años) es uno de los complejos arqueológicos del Calcolítico y la Edad del Bronce más importantes de toda la provincia de Cádiz e incluso de Andalucía.
Según la información de la Consejería de Cultura, el yacimiento está formado por medio centenar de estructuras funerarias y cuevas realizadas por nuestros antepasados en forma de cámara circular, con entradas a diversos niveles.
Dos de ellas se encuentran a ambos lados de un amplio corredor tallado en la roca arenisca, correspondiente por su estructura a una gran pieza adintelada, típica de los enterramientos megalíticos de galería cubierta.
También hay sepulturas de tipo “cupuliforme” con acceso lateral, y otras con entrada vertical, a manera de pozo o silos. El yacimiento alberga también dos sepulturas antropomorfas, totamente diferentes de las otras.
La necrópolis, en la que se hallaron ajuares funerarios de gran riqueza, entre los que abundaban las vasijas de cerámica, fue excavada por Carlos Posac Mon entre los años 1967 y 1972.
También se documentaron piezas de bronce, marfil y de oro, además de herramientas líticas, tanto talladas como pulimentadas, objetos de adorno, como colgantes y discos perforados, fabricados en conchas de moluscos. Restos fenicios, romanos, árabes y medievales, de ocupaciones posteriores, convierten este yacimiento en un complejo merecedor de interesantes y más exhaustivos estudios arqueológicos y antropológicos.