Me sumerjo en la memoria: una fotografía de Sol Hatchouel siempre adornó la casa de mis padres, la de mis abuelos y de mi familia extendida. Yo también atesoro su fotografía y su recuerdo. El nombre santificado de Sol y su horrible destino siempre estuvieron en boca de los miembros de mi familia, de generación en generación. Los detalles de su destino se transmitieron, como una entrañable reliquia, con amor y devoción.
Sol o (Solica) Hatchouel nació en Tánger en 1817. Los detalles previos a su ejecución en Fez en 1834 se contaban en casa y el himno que lleva su nombre y está escrito en su memoria, jamás estuvo lejos de nuestros labios. Escuché con gran atención la firme negativa de Sol a convertirse al Islam y su ejecución por apostasía. Es una historia escalofriante de un destino escalofriante que, sádicamente, le tocó a una joven judía de Tánger.
La curiosidad corre y late en mis venas. En 2007, tras una desastrosa operación de rodilla, sentí la necesidad imperiosa de viajar a Fez, donde está enterrada Sol en el antiguo cementerio hebreo de la Mellah (el antiguo barrio judío de esa ciudad).
‘Mellah’ proviene de las palabras hebreas y árabes para la sal, ya sea debido a una fuente de agua salina en la zna o la presencia de un antiguo almacén de sal (ver, por ejemplo, ‘Quand Fes inventait le Mellah,’ Rguig, Hicham (2014) o Enciclopedia de la diáspora judía: orígenes, experiencias y cultura, (tomo 1)).
Desde el siglo XV, las comunidades judías de Marruecos se vieron obligadas a vivir en los distritos de Mellah. A menudo, el barrio judío se encontraba cerca del palacio real o de la residencia del gobernador para ofrecer protección a sus habitantes judíos de los frecuentes disturbios.
Había existido una comunidad judía en Fez desde la fundación de la ciudad por la dinastía idrisí a finales del siglo VIII. Y en 2007, blandiendo dos muletas ruidosas, me embarqué en el viaje a Fez. El incómodo viaje en tren, pues, desde Tánger duró unas seis horas; las bebidas gaseosas y las patatas fritas eran las «golosinas» más preciadas que proporcionaba a los viajeros el sofocante vagón de primera clase.
En Fez, me registré en una de las casas espedaje, “riads”, de esa ciudad. A la mañana siguiente, con la ayuda de mis dos omnipresentes muletas, me tambaleé ruidosamente por las calles empedradas del Mellah en busca del cementerio hebreo. Un anciano, que exhibía un ramillete de «babuchas» de cuero marroquí exquisitamente teñidas, me señaló en dirección al cementerio. Seguí mi ruidoso viaje. El cuidador del cementerio estaba sentado en una decrepita silla de mimbre, balanceándose despreocupadamente.
Sol había nacido en Tánger. Sus padres, Haim y Simha Hatchouel, eran muy humildes. El padre de Sol impartía clases religiosas desde casa y la adhesión de Sol a su educación judía era irreprochable.
En su adolescencia, Sol se hizo amiga de Tahra de Mesoodi, una vecina musulmana devota que trató repetidamente de convencer a Sol para que se convirtiera al Islam. Finalmente, Tahra se puso en contacto con el gobernador de Tánger, a quien le contó que su amiga, Sol, estaba lista para convertirse al Islam. Cuando fue llevada ante el gobernador, Sol refutó el reclamo de Tahra. Como resultado, Sol fue arrojada a una celda de la prisión. Se esperaba que ella cediera y se convirtiera.
Pero Sol insistió en que había nacido judía y moriría judía. El gobernador acusó a Sol de apostasía, punible con la muerte. Pero Sol no cedió ni se convirtió y se negó a sucumbir a las incesantes amenazas de violencia.
Los judíos marroquíes, considerados ‘dhimmis’ (personas protegidas), disfrutaban de poca seguridad personal. Aunque los padres de Sol buscaron obstinadamente asegurar la liberación de Sol, el gobernador de Tanger decidió enviar a Sol a Fez para que el sultán de esa ciudad decidiera el destino final de Sol. Con atormentadora malicia, el gobernador insistió en que los gastos de transporte de Sol a Fez debían ser pagados por sus padres.
Angustiada, su familia le advirtió que no podía reunir los $ 40.00 exigidos para el transporte de Sol. Afortunadamente, Don José Rico, el vicecónsul español en Tánger, que intentó sin éxito obtener la liberación de Sol, adelantó los $40.00.
Se dice que el viaje a Fez duró seis días. A su llegada a Fez, y atada con cuerdas a una mula, Sol fue llevada al palacio del sultán. El hijo del sultán se enamoró de Sol y le exigió que se convirtiera al Islam y luego se casara con él. Sol rechazó ambas demandas.
El sultán luego ordenó a los rabinos de Fez que se reunieran con Sol y la convencieran de convertirse y casarse con su hijo. Se advirtió a los rabinos que si fracasaban, Sol sería decapitada por apóstata y la comunidad judía de Marruecos sufriría mucho como resultado de la deslealtad de Sol.
Los rabinos la instaron a convertirse. Sol rechazó la conversión y el matrimonio. Ambas cosas. Enfurecido, el sultán firmó una orden judicial para la decapitación de Sol. Sol pasó sus últimas horas ayunando y orando profundamente.
La ejecución de Sol tuvo lugar en una plaza pública del zoco de Fez en presencia de miles de personas que la vitorearon y aullaron mientras aguardaban su muerte como apóstata. Indefensos, los judíos de Fez vieron con horror cómo arrastraban a Sol al lugar de ejecución. Allí, el sultán, en un acto de extremado sadismo, ordenó al verdugo que hiciera laceraciones agudas pero preciosas con su espada en el cuello de Sol con la finalidad de que ella cediera y abrazara el Islam. A pesar de la brusca insistencia del verdugo:
«Hazte musulmana y sálvate a ti misma», la respuesta de Sol fue clara, «no me hagas esperar … mátame … porque muero inocente de cualquier crimen. El Dios de Abraham vengará mi muerte». Al escuchar estas palabras y la incesante negativa de Sol a convertirse al Islam, fue decapitada. La cabeza de Sol se exhibió públicamente en las paredes del Mellah para calmar a la multitud que aullaba y como advertencia a la comunidad judía marroquí. Los judíos de Fez pagaron un rescate para recuperar el cuerpo y la cabeza de Sol para su entierro de acuerdo con los ritos judíos, incluida la tierra manchada de sangre. Póstumamente, Sol recibió el título de ‘Sadeket’ (santa). Los musulmanes se refieren a ella como ‘Lala Suleika’ (santa dama Suleika).
Después de mi primera visita a Fez en 2007, hice de este viaje una peregrinación anual a la tumba de Sol para encender velas y recitar Salmos. En mi primera visita, encaramado entre la cripta y los escalones adyacentes, escribí un poema en español que consta de diez estrofas que exponen en arreglos líricos la crónica de la miseria y el estoicismo de Sol. La placa amarillenta en la tumba de Sol recuerda el salvajismo de su atroz decapitación. Mi última visita a Fez fue en 2019. Desde entonces, el virus de China ha hecho que los viajes internacionales sean imposibles.
La orden de ejecución de Sol Hatchouel por apostasía emitida por el sultán de Fez no pasó desapercibida más allá de los muros de Fez. Las comunidades judías de Marruecos lamentaron la desventurada suerte de Sol y la falsedad de la acusación y la barbarie de la sentencia. Al otro lado del Estrecho de Gibraltar, la trágica ejecución de Sol tampoco pasó desapercibida. En Gibraltar, vivían miembros de la familia de Sol. A pesar del paso de los años, el espantoso destino de Sol, su firme resolución y la pesadilla de su agonía se han mantenido vivos.
El 6 de mayo de 1858, 24 años después de la decapitación de Sol, se estrenó en el teatro de Gibraltar una obra de cinco actos de Don Antonio Calle. Tengo una copia de la obra completa, ‘El Martirio de la Joven Hachuel, La Heroina Hebrea’.
La obra recibió una gran aclamación. Escrita en prosa y en verso, la obra describe los horribles acontecimientos que rodearon la muerte de Sol. El guión termina con las palabras atribuidas a Sol mientras se desangraba lentamente: «Acabad de una vez, y no me hagáis penar mas; pues muriendo como muero inocente, el Dios de Abraham me vengará».
Presente, como lo he hecho todos los años desde 2007 hasta 2019 junto a la tumba de Sol, he cerrado los ojos y me he estremecido, trascendiendo el tiempo para revivir los terribles acontecimientos de 1834. En lo más profundo de mis oídos resuenan los gritos escalofriantes de la multitud que clamaba por sangre de Sol; me he sentido envuelto en el miedo indescriptible de la comunidad judía de Fez; he buscado a tientas sentir el valor estóico, la fe inquebrantable y la valentía ejemplar de una adolescente de diecisiete años cuya muerte está grabada en una placa en una pared externa de su cripta:
«lci Repose Mme Solica Hatchouel, nee a Tanger en 1817 refusant de rentree dans la religion islamisme les arabes l’ont assassinee a Fez en 1834 arrachee de sa famille tout le monde regrette cette enfant sainte.» (Aquí yace Solica Hatchouel, nacida en Tánger en 1817, se negó a formar parte de la religión del Islam, los árabes la asesinaron en Fez en 1834 y la alejara de su familia todos lamentaron esta santa niña). Sol murió como mártir, ejecutada por su supuesta apostasía del Islam, aunque nunca se convirtió al Islam.